L de ley by Sue Grafton

L de ley by Sue Grafton

autor:Sue Grafton [Grafton, Sue]
La lengua: es
Format: mobi, epub
Tags: General Interest
publicado: 2010-04-10T13:49:52+00:00


Capítulo 11

–¿Dónde carajo has estado?

Me volví sobresaltada. Era Ray, con la cara amoratada a unos diez centímetros de la mía. Se había quitado la tirita de la nariz, pero al parecer aún tenía las fosas nasales llenas de algodón. La piel le olía a productos farmacéuticos, a esa colonia que solemos ponernos en la sala de cuidados intensivos, compuesta a partes iguales de alcohol alcanforado, esparadrapo y yodo. Aún me tenía sujeta con la maltrecha mano, los dedos rotos en posición rígida.

–¿Que dónde he estado? ¿Dónde has estado tú? – Nuestras voces subían rebotando por las escaleras como una bandada de pájaros chillones. Levantamos la vista y bajamos la voz hasta hablar en susurros. Ray me llevó al callejón sin salida que formaba el último tramo de escalones por la parte de la pared.

–Joder, van detrás de ti -exclamó en voz baja-. Un cretino con walkie-talkie me ha estado aplicando el tercer grado. Estoy esperando junto al teléfono y va y me dice que tenga la bondad de «entrar en la oficina». ¿Qué iba a hacer? Sabe quién eres y quiere saber qué haces aquí.

–¿Y por qué te lo han preguntado a ti?

–Habían hecho averiguaciones. La camarera tuvo que decirle que nos había visto juntos. A mí no era difícil localizarme con esta facha. Le dije que eras una investigadora privada que trabajaba en secreto en un caso del que no estaba autorizado a hablar.

–¿Qué pensó que eras?, ¿policía?

–Le dije que yo tenía parte activa en un plan de protección de testigos y que iban a enviarme a otro estado. No tuve más remedio que contárselo como si todo fuera muy secreto y asunto de vida o muerte.

–¿Y si no te hubieran creído? ¿Cómo habrías escapado?

–Les traía sin cuidado quién era yo. Lo único que querían era que me fuese. Dije que tenía que subir a mi habitación para recoger mis cosas. Me acompañaron al ascensor y, en cuanto se marcharon, di media vuelta y bajé. ¿Es ése el petate? Dámelo.

Lo puse fuera de su alcance.

–Un momento, listo. ¿Me juras por un montón de Biblias que me has dicho la verdad? ¿Que es dinero lo que buscamos y no drogas, diamantes o documentos robados?

–Es dinero. Lo juro. ¿No lo has visto?

–No he visto nada. ¿De cuánto hablamos?

–De ocho mil dólares, quizás un poco menos ya.

–¿Sólo eso?

–Vamos. Es mucho cuando no tienes un centavo y yo no lo tengo.

–No sé por qué, pero tenía la impresión de que era más -dije. Nuestras voces habían empezado a resonar otra vez. Se llevó el dedo a los labios-. ¿De dónde salió el dinero? – susurré con voz silbante.

–Después te lo contaré. Ahora vamos a ver si podemos salir de aquí.

–Debajo de éste hay un pasillo de servicio, pero no se puede entrar por aquí -dije.

–¿Y el piso de arriba?

–No lo creo. – Fue a subir, pero le así del brazo-. Espera. No corras tanto. Necesitamos un plan.

–Necesitamos el dinero -me corrigió- antes de que los de seguridad del hotel nos echen el guante otra vez.



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